Sociología y ciencia: una historia de amor y servidumbre
"El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ése nuestro caso? Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso."
Jorge Luis Borges
"Ella nunca antes había visto a alguien como él. En el brillo dorado de la Ilustración, su misma existencia relucía como un dios. En verdad, se rumoreaba que había desterrado a Dios a una habitación trasera del universo e iba a usar las leyes de Newton para dirigrlo todo él mismo. Era el amo que ella había estado anhelando. Ella sabía, desde el primer momento, que su propósito era ser su esclava y qué, ¡oh1, su vida estaba destinada a entrelazarse íntimamente con la de él.
Ella sabía, desde luego, que era indigna de él. Nunca sería capaz de adquirir su calidad mental, su economía y precisión de lenguaje, o su indominable voluntade de conquista. Ésa no era su naturaleza. Ella se interesaba por la gente, no por las cosas. Su tarea, en último extremo, era cuidar de sus necesidades y ayudarles a superar sus dificultades. Pero creyó, en su juvenil inocencia, que ella podría imitarlo lo bastante bien como para llegar a ser su ayudante; una compañera en su lucha por mejorar la suerte del hombre a través de la persecución del conocimiento. (...)
A medida que el tiempo pasaba, ella contemplaba cómo los logros de él se iban multiplicando. A medida que el mundo natural estaba cada vez más bajo su control, ella luchaba para aplicar a su propio ámbito humilde de asuntos humanos las técnicas que él usaba. Desde luego, él hacía poco caso de sus modestos trabajos y, cuando se los presentaron, los ridiculizó como cosas sin valor, cosas de mujeres. Pero ella no se desalentó. En verdad, su ardor se inflamó por su superioridad sin esfuerzo e intentó, incluso de forma más fuerte, dominar el mundo humano tal y como él había tomado el mando sobre todo lo que no era humano. (...)
Quizás él tenía la habilidad de tenerlo todo bajo control y hacerlo funcionar perfectamente, a su debido tiempo. Aunque, ¿qué significa hacerlo funcionar "perfectamente"? ¿Y, a favor de los intereses de quién se ejercería el control? En su siguiente visita, ella le planteó todas estas cuestiones. Estaba afligida y asustada por su respuesta que, en efecto, fue que eso de ningún modo era de su incumbencia. Ella era la única - apuntó él - que trataba con la gente. Dependía de ella desarrollar su propia "unidad perfecta de conocimiento" que pudiera usarse para controlar el mundo social del mismo modo que él pronto tendría maestría total sobre los dominios físico y biológico. "Cuando lo hayas logrado - dijo - , te recibiré en mis aposentos y nos uniremos, al fin, para crear un mundo perfecto y ordenado para la humanidad".
Al decir esto, ella se dio media vuelta, horrorizada, y huyó rápidamente de su mundo. Al fin se había dado cuenta de que el hombre que había amado era emocional, moral e, incluso, intelectualmente deforme. Él era, lo sabía ahora, incapaz de ver el mundo desde el punto de vista de los demás; incapaz de entender que pudiera no haber una unidad perfecta en el ámbito de las cuestiones humanas, porque el mundo social no era unitario, sino múltiple. Vio, por primera vez, que su concepción fragmentaria y desordenada de la vida social y su interés por sus particularidades concretas y siempre cambiantes, no eran signos de su fracaso, como ella siempre había creído, sino evidencia de su éxito.
De repente, se sintió libre, como si hubiera disipado una carga de su mente. El coste de aprender la verdad había sido grande. Pero, al fin, su sometimiento había acabado. Su juventud se había sacrificado a una ilusión. Ahora, ella era una mujer de mediana edad a la deriva en una cultura enferma, si no agonizante. Aunque, por primera vez, era capaz de pensar por sí misma y empezar a crear su propio lenguaje; un lenguaje que ya no sería de dominación y control, sino de imaginación y libertad."
Michael Mulkay, "Sociología y ciencia: una historia de amor y servidumbre"
Entiendo lo odioso que resulta que los estudiantes de una determinada disciplina no hagan más que mirarse el ombligo, dando vueltas siempre sobre lo qué estudian y cómo lo estudian. Sin embargo, también aprendí en el primer año de carrera que todos deberíamos tener un dietario, como estudiantes, en el que ir acumulando las ideas, sugerencias e impresiones que vamos teniendo a medida que vamos creciendo como trabajadores intelectuales y, obviamente, como personas. A pesar de los desacuerdos y discusiones que pueda tener con determinados profesores y, sobretodo, paradigmas, siempre puedo encontrar algún autor con quien comparta más ideas. Este cuento es uno de ellos, un recordatorio que debería tener constante en la mente. Porque siempre he creído que la sociología está más cercana a las humanidades que a la ciencia, y porque me niego a pretender controlar las vidas de la gente. La sociología es, ante todo, comprensión.